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Opinión
15 dic. 2015

Cartas inocentes, peticiones desgarradoras

El lugar seleccionado para este especial evento solidario se ubica junto a un emblemático reloj de flores perteneciente al bello y céntrico Parque García Sanabria, de Santa Cruz de Tenerife. La profunda crisis azotadora de economías familiares, ha obligado a recuperar esta tradición que, durante muchos años, Televisión Española en Canarias transmitía -en blanco y negro- cada Navidad.

Yo, como Embajador de SS. MM. los Reyes Magos de Oriente, tendré el placer, el honor y la alta responsabilidad de recibir –junto a juguetes y regalos- las cartas que todos los niños van dejándome para que, posteriormente y de manera personal, las pueda hacer llegar en mano a Melchor, Gaspar y Baltasar. Hasta aquí, todo parece enmarcarse dentro del ámbito más habitual y natural que las fechas navideñas favorecen. Lo que rompe el estándar de normalización es el contenido textual de muchas de esas misivas hasta el punto de no poder reprimirme y controlarme la emoción, que a pesar de la magia que se le supone a este Embajador, es imposible evitar que las lágrimas comiencen a salir poco a poco hasta impedirme articular cualquier palabra. Y es que la fuerza desgarradora de los sentimientos, la pureza de la bondad y de los valores humanos de solidaridad y amor, desde la inocencia más transparente, provocan reacciones de emoción incontrolables.

Muchos, muchísimos jóvenes de entre 7 y 12 años, no piden juguetes ni regalos para ellos...

- “Quiero que le traigan a mi abuela una plancha nueva, por favor, porque la suya se ha roto”.

- “He roto, sin querer, la televisión de mis padres, por favor tráiganles una nueva”.

- “No quiero ningún regalo para mí, sino para mi papá, que no tiene trabajo y está muy triste”.

- “Deseo que este año no me dejen regalos en mi casa, lo que quiero es que traigan trabajo para todos los que no lo tienen en las Islas”.

- “Mi abuelito está muy enfermo y quiero que le traigan algo para que se cure y pueda jugar conmigo todo el año”.

Una y otra vez, carta tras carta, año tras año, todos los esfuerzos que realizan los miles de voluntarios que participan en este acto, todo el apoyo de las familias que se acercan hasta mí con sus hijos para entregarme sus peticiones y los regalos para los más necesitados, todo el sacrificio que para los comercios, conductores, vecinos y visitantes supone el cierre de las más céntricas calles de la ciudad, y todo el apoyo institucional que las administraciones públicas prestan incondicionalmente para que la celebración del evento sea brillante y pleno de emoción, todo ello ¡merece la pena!, está más que justificado.

Nuestros hijos, nuestros más jóvenes, nuestro futuro viene sano, fuerte, cargado de valores y de solidaridad. Cuidemos el camino que les permita hacer, en pocos años, una gran sociedad del amor, del respeto, del cariño y de la conciliación. Yo, seguiré llorando, con la voz rota, pero llenando cada célula de mi cuerpo con la felicidad infinita de devolver a todos esos niños la ilusión de que sus nobles peticiones, sin dudas, van a cumplirse.

 

¡Feliz Navidad!